El considerar a la educación (en todos sus órdenes y denominaciones, pero en especial a la educación superior) como factor clave y estratégico del desarrollo social y comunitario (y hoy día global,) es de vieja data una verdad que se grita a voces, pero que con desacierto y con igual vigor, en la mayoría de los casos se da como premisa cierta sin una revisión sistémica y a conciencia de sus componentes constitutivos, componentes estos en los cuales reposan sus grande falencias pero a la vez grandes oportunidades de construcción de una nueva realidad para la individualidad y la colectividad humana.
Es en este entramado de componentes del proceso educativo donde entra en escena el factor de calidad como distintivo de la pertinencia del que hacer educativo verdaderamente transformador del educando, del educador, de la entidad educativa y de la sociedad, ya que en la triada estudiante, docente, universidad y su convergencia a la sociedad que le circunda, la calidad y la excelencia de la labor pedagógica es la garantía de la formación de individuos que desde lo individual y desde lo colectivo procuran la generación de condiciones críticas que permiten la efectiva resolución de problemas, la construcción de nuevos saberes y la inclusión en el entorno socio económico de nuevos actores, siendo asi palmario que calidad educativa “per se” no corresponde a la calidad de contenidos sino a la óptima realización de las labores propias del contexto formador, tales como la investigación, la extensión y la libertad de cátedra y la gerencia del aula desde lo heterogéneo y la duda como constante del pensamiento.
Esta consideración breve y de por demás siempre inacabada de la calidad educativa como actor protagónico de la transformación social y del individuo cognoscente, demanda de las instituciones de educación superior una reformulación diaria y cotidiana de sus labores, la interelación de estas y la proyección a las comunidades, por cuanto solo en estos escenarios y en no en la pasmosidad de la teoría académica es que se hace viviente el proceso de calidad, y solo en ellos se puede evidenciar la efectividad de la labor pedagógica, labor siempre apostólica del educador (docente y universidad) donde se siembran nuevos mañanas, nuevos sueños y nuevas formas de vivir la humanidad, una humanidad tan cambiante como cambiantes son sus individuos que le componen.